29 oct 2008

LOS NAIPES DEL CONVENTO

Transcurría tranquilo y sosegado el año del Señor de mil seiscientos noventa y ocho y la provincia de Coahuila seguía luchando por mantener un puñado de misiones y al corto vecindario de españoles que vivían en la villa de Santiago de la Monclova; cuando de pronto la débil tranquilidad de que gozaba se vio perturbada por un sabroso y peculiar pleito que vino a dar gusto a las tertulias del café mañanero o del chocolate en la merienda de todos los habitantes de la población y por qué no decirlo, de la privincia entera. El caso en cuestión fue protagonizado por el párroco de la villa capital y el comisario misionero que moraba en el convento del pueblo de San Francisco; este último era Fray Antonio Bagá, catalán de origen y alumno de la seráfica procinvia de Santiago de Xalisco.

El punto en discordia fueron los derechos que mediante bulas y pragmáticas, tanto en Roma como en madrid habían recibido los misioneros para ejercitar su labor, consistiendo uno de tanto privilegios, en que a los indios de misión sólo sus ministros doctrineros podrían administrarles los sacramento, y como ocurriía que muchos indios de la misión de San Miguel trabajaban para familias de Monclova, e incluso vivían con ellas, acudían por mayor cercanía a la parroquia de Santiago Apóstol para oír misa y recibir los consabidos sacramentos.

Esto molestó demasiado al comisario Bagá, acusando al señor cura de no respetar sus derechos, por lo que elevó su queja ante el propio virrey, quien al recibir el legajo de la querella, no quiso conocer del asunto por tocar fueros superiores, enviando el pleito al mismísimo rey de España; pero el monarca como se acostumbraba en aquellas épocas, ocupado en otros encargos reales de mayor importancia, pidió la opinión del obispo de Guadalajara, quien consumiendo el tiempo y reposo necesario, propuso una solución de armonía que tardó meses en llegar a Coahuila, dando como era su costumbre una repasada al proceder de ambos ministros que estaban en abierta confrontación, y que metían en sus líos al rey y al obispo.

Explico el prelado al soberano que el asunto se debía, a todas luces, que el párroco en venganza a la acusación del comisario había echado sobre la fama del misionero su afición a los naipes, los cuales, según todo mundo sabía, disfrutaba de jugar con su amigo del alma el capitán Diego Ramón en el mismo convento, y según refieren las extensas informaciones que levantaron, ahí se apostaban manos hasta de quince pesos.

Como el tal asunto requería de solución salomónica, se aconsejo por la corona al comisario, acudir a la parroquia y arreglar en paz las cosas para bien de todos. Así lo hizo y en presencia de la feligresía ofreció disculpa al párroco y éste a su vez, dijo en pública comunidad que lo de los naipes no era nada de cierto.

Quedando de esos lances y sólo para el recuerdo, que aquel bravo y fronterizo capitán don Diego Ramón, era quien gustaba de venir desde el presidio de Rio Grande a Monclova para presenciar las corridas de toros a las que era muy aficionado y al que se puede considerar el fundador de tal deporte como buen mestizo que era y sin pecar de indiscretos, seguro que de pasadita, llegaba al convento para jugar en amena tertulia, la famosa malilla con su buen amigo el comisario misionero, saboreando ambos un buen chocolate de Tabasco y sin faltar el obligado aguardientito de la tierra. En fin... cosas de aquellos tiempos.

Historia de mi Pueblo... Monclova, Coahuila

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