16 may 2009

Un Futuro Incierto

Poesía Náhuatl



En náhuatl, la poesía se llamaba “flor y canto” (in xóchitl, in cuícatl), un rico nombre compuesto que describía simultáneamente varios aspectos de la actividad poética.
“La flor-y-el-canto” consistía en un diálogo con el propio corazón, con lo divino, con el mundo y con el pueblo, y tenía mucha importancia en la sociedad de los nahuas. Los poetas eran príncipes o sacerdotes que representaban el sentimiento de la colectividad.
Aunque los cantos celebraban el amor, la belleza y el heroísmo, con frecuencia también reflexionaban sobre el sentido de la vida y hacían presente la muerte: “sólo por un breve tiempo estamos prestados unos a otros sobre la tierra”. Esta es una idea recurrente en la poesía náhuatl.






Habrá Sol, amanecerá
¡Se fue! Se llevaron lo negro, lo colorido.
Pero, ¿cómo habitará el pueblo, cómo permanecerá la tierra, el monte,
¿Qué cosa llevará, qué encaminará las cosas?
¿Qué ejemplo para los ojos habrá?
¿De qué se dará principio?
¿Qué tea, qué luz se hará?
(traducido por Miguel León-Portilla)
Tonaz Tlatviz: ¿Quen Nemiz Quen Onoz in Macevalli?

Tonaz tlatviz
Ca oya ca oquitquique in tlilli in tlapalli.
Auh quen onoz in macevalli, quen maniz in tepetl,
¿Tleh tlavicaz tleh tlaotlatoctiz?
¿Tleh ixcuitilli yez?
¿Tleh itech pevaloz?
¿Tleh ocutl tleh tavilli mochivaz?

JUAN JOSE ARREOLA


Nació en Ciudad Guzmán, Jalisco, en 1918.

Obtuvo el Premio Nacional de Letras y Lingüística en 1979 y en 1992 el Premio Internacional de Literatura Juan Rulfo.



EL SAPO

Salta de vez en cuanto, sólo para comprobar su radical estático.
El salto tienen algo de latido: viéndolo bien, el sapo es el corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo sumerge en el invierno como una lamentable crisálida.
Se despierta en en primavera, conciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él.
Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de sabia rencorosa,
como un corazón tirando al suelo.
En su actividad de esfinge hay una secreta proposición de canje,
y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo...


TEORIA DE DULCINEA

En un lugar solitario
cuyo nombre no viene al caso
hubo un hombre que se pasó la vida eludiendo a la mujer concreta.

Prefirió el goce manual de la lectura
y se congratulaba eficazmente cada vez que un caballero andante
embestía a fondo uno de los vagos fantasmas femeninos,
hechos de virtudes y faldas superpuestas,
que aguardaban al héroe
después de cuatrocientas páginas de patrañas, embustes y despropósitos.

En el umbral de la vejez,
una mujer de carne y hueso
puso sitio al anacoreta en su cueva.

Con cualquier pretexto entraba al aposento
y lo invadía con un fuerte aroma de sudor y de lana,
de joven mujer campesina recalentada por el sol.

El caballero perdió la cabeza,
pero lejos de atrapar a la que tenía enfrente,
se echó en pos a través de páginas y páginas,
de un pomposo engendro de fantasía.

Camino muchas leguas,
alanceó corderos y molinos,
desbarbo una cuantas encinas
y dio tres o cuatro zapatetas en el aire.

Al volver de la búsqueda infructuosa,
la muerte le aguardaba en la puerta de su casa.

Sólo tuvo tiempo para dictar un testamento cavernoso
desde el fondo de su alma reseca.

Pero un rostro polvoriento de pastora
se lavó con lágrimas verdaderas,
y tuvo un destello inútil
ante la tumba del caballero demente.


EVA



El la perseguía a través de la biblioteca entre mesas, sillas y facistoles. Ella se escapaba hablando de los derechos de la mujer, infinitamente violados. Cinco mil años absurdos los separaban. Durante cinco mil años ella había sido
inexorablemente vejada, postergada, reducida a la esclavitud. Ël trataba de justificarse por medio de una rápida y fragmentaria alabanza persona, dicha con frases entrecortadas y trémulos ademanes.

En vano buscaba él los textos que podrían dar apoyo a sus teorías. La biblioteca, especializada en literatura española de los siglos XVI y XVII, eran un dilatado arsenal enemigo, que glosaba el concepto del honor y algunas atrocidades de ese mismo jaez.

El joven citaba infatigablemente a J. J. Bachofen, el sabio que todas las mujeres debían leer, porque les ha devuelto la grandeza de su papel en la prehistoria. Si sus libros estuvieran a mano, él habría puesto a la muchacha ante el cuadro de aquella civilización oscura, regida por la mujer, cuando la tierra tenía en todas partes una recóndita humedad de entraña y el hombre trataba de alzarse de ella en palafitos.

Pero a la muchacha todas esas cosas la dejaban fría. Aquel periodo matriarcal, por desgracia no histórico y apenas comprobable, parecía aumentar su resentimiento. Se escapaba siempre de anaquel en anaquel, subía a veces a las escalerillas y abrumaba al joven bajo un lluvia de denuestos. Afortunadamente, en la derrota, algo acudió en auxilio del joven. Se acordó de pronto de Heinz Wölpe. Su voz adquirió citando a este autor un nuevo y poderoso acento.

"En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaban ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de ese separación progresista y de ese regreso accidental a su punto de origen."

La tesis de Wölpe sedujo a la muchacha. Miró al joven con ternura. "El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia", dijo casi con lágrimas en los ojos.

Lo perdonó a él, perdonando a todos los hombres. Su mirada perdió resplandores, bajó los ojos como una madona. Su boca, endurecida antes por el desprecio, se hizo blanda y dulce como un fruto. Ël sentía brotar de sus manos y de sus labios caricias mitológicas. Se acercó a Eva temblando y Eva no huyó.

Y allí en la biblioteca, en aquel escenario complicado y negativo, al pie de los volúmenes de conceptuosa literatura, se inició el episodio milenario, a semejanza de la vida en lo pafitos.

J.J.A.


TOPOS
Después de una larga experiencia, los agricultores llegaron a la conclusión de que la única arma eficaz contra el topo es el agujero. Hay que atrapar al enemigo en su propio sistema.
En la lucha contra el topo se usan ahora unos agujeros que alcanzan el centro volcánico de la tierra. Los topos caen en ellos por docenas y no hace falta decir que mueren irremisiblemente carbonizados.
Tales agujeros tienen una apariencia inocente. Los topos, cortos de vista, los confunden con facilidad. Más bien se diría que los prefieren, guiados por una profunda atracción. Se les ve dirigirse en fila solemne hacia la muerte espantosa, que pone a sus intrincadas costumbres un desenlace vertical.
Recientemente se ha demostrado que basta un agujero definitivo por cada seis hectáreas de terreno invadido.


EN VERDAD OS DIGO
Todas las personas interesadas en que el camello pase por el ojo de la aguja, deben inscribir su nombre en la lista de patrocinadores del experimento Niklaus.
Des prendido de un grupo de sabios mortíferos, de esos que manipulan el uranio, el cobalto y el hidrógeno, Arpad Niklaus deriva sus investigaciones actuales a un fin caritativo y radicalmente humanitario: la salvación del alma de los ricos.
Propone un plan científico para desintegrar un camello y hacerlo que pase en chorro de electrones por el ojo de una aguja. Un aparato receptor (muy semejante en principio a la pantalla de televisión) organizará los electrones en átomos, los átomos en moléculas y las moléculas en células, reconstruyendo inmediatamente el camello según su esquema primitivo. Niklaus ya logró cambiar de sitio, sin tocarla, una gota de agua pesada. También ha podido evaluar, hasta donde lo permite la discreción de la materia, la energía cuántica que dispara una pezuña de camello. Nos parece inútil abrumar aquí al lector con esa cifra astronómica.
La única dificultad seria en que tropieza el profesor Niklaus es la carencia de una planta atómica propia. Tales instalaciones, extensas como ciudades, son increíblemente caras. Pero un comité especial se ocupa ya en solventar el problema económico mediante una colecta universal. Las primeras aportaciones, todavía un poco tímidas, sirven para costear la edición de millares de folletos, bonos y prospectos explicativos, así como para asegurar al profesor Niklaus el modesto salario que le permite proseguir sus cálculos e investigaciones teóricas, en tanto se edifican los inmensos laboratorios.
En la hora presente, el comité sólo cuenta con el camello y la aguja. Como las sociedades protectoras de animales aprueban el proyecto, que es inofensivo y hasta saludable para cualquier camello (Niklaus habla de una probable regeneración de todas las células), los parques zoológicos del país han ofrecido una verdadera caravana. Nueva York no ha vacilado en exponer su famosísimo dromedario blanco.
Por lo que toca a la aguja, Arpad Niklaus se muestra muy orgulloso, y la considera piedra angular de la experiencia. No es una aguja cualquiera, sino un maravilloso objeto dado a luz por su laborioso talento. A primera vista podría ser confundida con una aguja común y corriente. La señora Niklaus, dando muestra de fino humor, se complace en zurcir con ella la ropa de su marido. Pero su valor es infinito. Está hecha de un portentoso metal todavía no clasificado, cuyo símbolo químico, apenas insinuado por Niklaus, parece dar a entender que se trata de un cuerpo compuesto exclusivamente de isótopos de níkel. Esta sustancia misteriosa ha dado mucho que pensar a los hombres de ciencia. No ha faltado quien sostenga la hipótesis risible de un osmio sintético o de un molibdeno aberrante, o quien se atreva a proclamar públicamente las palabras de un profesor envidioso que aseguró haber reconocido el metal de Niklaus bajo la forma de pequeñísimos grumos cristalinos enquistados en densas masas de siderita. Lo que se sabe a ciencia cierta es que la aguja de Niklaus puede resistir la fricción de un chorro de electrones a velocidad ultra cósmica.
En una de esas explicaciones tan gratas a los abstrusos matemáticos, el profesor Niklaus compara el camello en tránsito con un hilo de araña. Nos dice que si aprovecháramos ese hilo para tejer una tela, nos haría falta todo el espacio sideral para extenderla, y que las estrellas visibles e invisibles quedarían allí prendidas como briznas de rocío. La madeja en cuestión mide millones de años luz, y Niklaus ofrece devanarla en unos tres quintos de segundo.
Como puede verse, el proyecto es del todo viable y hasta diríamos que peca de científico. Cuenta ya con la simpatía y el apoyo moral (todavía no confirmado oficialmente) de la Liga Interplanetaria que preside en Londres el eminente Olaf Stapledon.
En vista de la natural expectación y ansiedad que ha provocado en todas partes la oferta de Niklaus, el comité manifiesta un especial interés llamando la atención de todos los poderosos de la tierra, a fin de que no se dejen sorprender por los charlatanes que están pasando camellos muertos a través de sutiles orificios. Estos individuos, que no titubean en llamarse hombres de ciencia, son simples estafadores a caza de esperanzados incautos. Proceden de un modo sumamente vulgar, disolviendo el camello en soluciones cada vez más ligeras de ácido sulfúrico. Luego destilan el líquido por el ojo de la aguja, mediante una clepsidra de vapor, y creen haber realizado el milagro. Como puede verse, el experimento es inútil y de nada sirve financiarlo. El camello debe estar vivo antes y después del imposible traslado.
En vez de derretir toneladas de cirios y de gastar dinero en indescifrables obras de caridad, las personas interesadas en la vida eterna que posean un capita; estorboso, deben patrocinar la desintegración del camello, que es científica, vistosa y en último término lucrativa. Hablar de generosidad en un caso semejante resulta del todo innecesario. Hay que cerrar los ojos y abrir la bolsa con amplitud, a sabiendas de que todos los gastos serán cubiertos a prorrata. El premio será igual para todos los contribuyentes: lo que urge es aproximar lo más que sea posible la fecha de entrega.
El monto del capital necesario no podrá ser conocido hasta el imprevisible final, y el profesor Niklaus, con toda honestidad, se niega a trabajar con un presupuesto que no sea fundamentalmente elástico. Los suscriptores deben cubrir con paciencia y durante años, sus cuotas de inversión. Hay necesidad de contratar millares de técnicos, gerentes y obreros. Deben fundarse subcomités regionales y nacionales. Y el estatuto de un colegio de sucesores del profesor Niklaus, no tan sólo debe ser previsto, sino presupuesto en detalle, ya que la tentativa puede extenderse razonablemente durante varias generaciones. A este respecto no está de más señalar la edad provecta del sabio Niklaus.
Como todos los propósitos humanos, el experimento Niklaus ofrece dos probables resultados: el fracaso y el éxito. Además de simplificar el problema de la salvación personal, el éxito de Niklaus convertirá a los empresarios de tan mística experiencia en accionistas de una fabulosa compañía de transportes. Será muy fácil desarrollar la desintegración de los seres humanos de un modo práctico y económico. Los hombres del mañana viajarán a través de grandes distancias, en un instante y sin peligro, disueltos en ráfagas electrónicas.
Pero la posibilidad de un fracaso es todavía más halagadora. Si Arpad Niklaus es un fabricante de quimeras y a su muerte le sigue toda una estirpe de impostores, su obra humanitaria no hará sino aumentar en grandeza, como una progresión geométrica, o como el tejido de pollo cultivado por Carrel. Nada impedirá que pase a la historia como el glorioso fundador de la desintegración universal de capitales. Y los ricos, empobrecidos en serie por las agotadoras inversiones, entrarán fácilmente al reino de los cielos por la puerta estrecha (el ojo de la aguja), aunque el camello no pase.

MIGUEL DE UNAMUNO

Incidente doméstico
Traza la niña toscos garrapatos,
de escritura remedo,
me los presenta y dice
con un mohín de inteligente gesto:

"¿Qué dice aquí, papá?"

Miro unas líneas que parecen versos.
"¿Aquí?" "Sí, aquí; lo he escrito yo; ¿qué dice?
porque yo no sé leerlo..."
"¡Aquí no dice nada!", le contesté al momento.

"¿Nada?", y se queda un rato pensativa
-o así me lo parece, por lo menos,
pues ¿está en los demás o está en nosotros
eso a que damos en llamar talento?-.

Luego, reflexionando, me decía:
¿Hice bien revelándole el secreto?
-no el suyo ni el de aquellas toscas líneas,
el mío, por supuesto-.

¿Sé yo si alguna musa misteriosa,
un subterráneo genio,
un espíritu errante que a la espera
para encarnar está de humano cuerpo,
no le dictó esas líneas
de enigmáticos versos?

¿Sé yo si son la gráfica envoltura
de un idioma de siglos venideros?
¿Sé yo si dicen algo?
¿He vivido yo acaso de ellas dentro?

No dicen más los árboles, las nubes,
los pájaros, los ríos, los luceros ...
¡No dicen más y nos lo dicen todo!
¿Quién sabe de secretos?

La Luna y la rosa
En el silencio estrellado
la Luna daba a la rosa
y el aroma de la noche
le henchía -sedienta boca-
el paladar del espíritu,
que durmiendo su congoja
se abría al cielo nocturno
de Dios y su Madre toda...

Toda cabellos tranquilos,
la Luna, tranquila y sola,
acariciaba a la Tierra
con sus cabellos de rosa
silvestre, blanca, escondida...
La Tierra, desde sus rocas,
exhalaba sus entrañas
fundidas de amor, su aroma...

Entre las zarzas, su nido,
era otra luna la rosa,
toda cabellos cuajados
en la cuna, su corola;
las cabelleras mejidas
de la Luna y de la rosa
y en el crisol de la noche
fundidas en una sola...

En el silencio estrellado
la Luna daba a la rosa
mientras la rosa se daba
a la Luna, quieta y sola.

La mar ciñe
La mar ciñe a la noche en su regazo
y la noche a la mar; la luna, ausente;
se besan en los ojos y en la frente;
los besos dejan misterioso trazo.

Derrítense después en un abrazo,
tiritan las estrellas con ardiente
pasión de mero amor y el alma siente
que noche y mar se enredan en su lazo.

Y se baña en la obscura lejanía
de su germen eterno, de su origen,
cuando con ella Dios amanecía,

y aunque los necios sabios leyes fijen,
ve la piedad del alma la anarquía
y que leyes no son las que nos rigen.

Madre, llévame a la cama
Madre, llévame a la cama.
Madre, llévame a la cama,
que no me tengo de pie.
Ven, hijo, Dios te bendiga
y no te dejes caer.

No te vayas de mi lado,
cántame el cantar aquél.
Me lo cantaba mi madre;
de mocita lo olvidé,
cuando te apreté a mis pechos
contigo lo recordé.

¿Qué dice el cantar, mi madre,
qué dice el cantar aquél?
No dice, hijo mío, reza,
reza palabras de miel;
reza palabras de ensueño
que nada dicen sin él.

¿Estás aquí, madre mía?
porque no te logro ver...
Estoy aquí, con tu sueño;
duerme, hijo mío, con fe.

Muerte
Eres sueño de un dios; cuando despierte
¿al seno tornarás de que surgiste?
Serás al cabo lo que un día fuiste?
¿Parto de desnacer será tu muerte?

¿El sueño yace en la vigilia inerte?
Por dicha aquí el misterio nos asiste;
para remedio de la vida triste,
secreto inquebrantable es nuestra suerte.

Deja en la niebla hundido tu futuro
ve tranquilo a dar tu último paso,
que cuanto menos luz, vas más seguro.

¿Aurora de otro mundo es nuestro ocaso?
Sueña, alma mía, en tu sendero oscuro:
"¡Morir... dormir... dormir... soñar acaso!"

Noche de luna llena
Noche blanca en que el agua cristalina
duerme queda en su lecho de laguna,
sobre la cual redonda llena luna
que ejército de estrellas encamina.

Vela, y se espeja una redonda encina
en el espejo sin rizada alguna;
noche blanca en que el agua hace de cuna
de la más alta y más honda doctrina.

Es un rasgón del cielo que abrazado
tiene en sus brazos la Naturaleza;
es un rasgón del cielo que ha posado

y en el silencio de la noche reza
la oración del amante resignado
sólo al amor, que es su única riqueza.

¿Qué es tu vida...?
¿Qué es tu vida, alma mía? ¿cuál tu pago?,
¡lluvia en el lago!
¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre?
¡viento en la cumbre!
¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?
¡sombra en la cueva!
¡lluvia en el lago!
¡viento en la cumbre!
¡sombra en la cueva!

Lágrimas es la lluvia desde el cielo,
y es el viento sollozo sin partida,
pesar la sombra sin ningún consuelo,
y lluvia y viento y sombra hacen la vida.

Rimas
1

¿Por qué esos lirios que los hielos matan?
¿Por qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por qué esos pajarillos que sin vuelo
se mueren en plumón?

¿Por qué derrocha el cielo tantas vidas
que no son de otras nuevas eslabón?
¿Por qué fue dique de tu sangre pura
tu pobre corazón?

¿Por qué no se mezclaron nuestras sangres
del amor en la santa comunión?
¿Por qué tú y yo, Teresa de mi alma
no dimos granazón?

¿Por qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por qué y para qué fuimos los dos?
¿Por qué y para qué es todo nada?
¿Por qué nos hizo Dios?


2

Cuando duerme una madre junto al niño
duerme el niño dos veces;
cuando duermo soñando en tu cariño
mi eterno ensueño meces.

Tu eterna imagen llevo de conducho
para el viaje postrero;
desde que en ti nací, una voz escucho
que afirma lo que espero.

Quien así quiso y así fue querido
nació para la vida;
sólo pierde la vida su sentido
cuando el amor se olvida.

Yo sé que me recuerdas en la tierra
pues que yo te recuerdo,
y cuando vuelva a la que tu alma encierra
si te pierdo, me pierdo.

Hasta que me venciste, mi batalla
fue buscar la verdad;
tú eres la única prueba que no falla
de mi inmortalidad.

Sombra de humo
¡Sombra de humo cruza el prado!
¡Y que se va tan de prisa!
¡No da tiempo a la pesquisa
de retener lo pasado!

Terrible sombra de mito
que de mi propio me arranca,
¿es acaso una palanca
para hundirse en lo infinito?

Espejo que me deshace
mientras en él me estoy viendo,
el hombre empieza muriendo
desde el momento en que nace.

El haz del alma te ahuma
del humo al irse a la sombra,
con su secreto te asombra
y con su asombro te abruma.

Vendrá de noche
Vendrá de noche cuando todo duerma,
vendrá de noche cuando el alma enferma
se emboce en vida,
vendrá de noche con su paso quedo,
vendrá de noche y posará su dedo
sobre la herida.

Vendrá de noche y su fugaz vislumbre
volverá lumbre la fatal quejumbre;
vendrá de noche
con su rosario, soltará las perlas
negro sol que da ceguera verlas,
¡todo un derroche!

Vendrá de noche, noche nuestra madre,
cuando a lo lejos el recuerdo ladre
perdido agujero;
vendrá de noche; apagará su paso
mortal ladrido y dejará al ocaso
largo agujero...

¿Vendrá una noche recogida y vasta?
¿Vendrá una noche maternal y casta
de luna llena?
Vendrá viniendo con venir eterno;
vendrá una noche del postrer invierno...
noche serena...

Vendrá como se fue, como se ha ido
-suena a lo lejos el fatal ladrido-,
vendrá a la cita;
será de noche mas que sea aurora,
vendrá a su hora, cuando el aire llora,
llora y medita...

Vendrá de noche, en una noche clara,
noche de luna que al dolor ampara,
noche desnuda,
vendrá... venir es porvenir... pasado
que pasa y queda y que se queda al lado
y nunca muda...

Vendrá de noche, cuando el tiempo aguarda,
cuando la tarde en las tinieblas tarda
y espera al día,
vendrá de noche, en una noche pura,
cuando del sol la sangre se depura,
del mediodía.

Noche ha de hacerse en cuanto venga y llegue,
y el corazón rendido se le entregue,
noche serena,
de noche ha de venir... ¿él, ella o ello?
De noche ha de sellar su negro sello,
noche sin pena.

Vendrá la noche, la que da la vida,
y en que la noche al fin el alma olvida,
traerá la cura;
vendrá la noche que lo cubre todo
y espeja al cielo en el luciente lodo
que lo depura.

Vendrá de noche, sí, vendrá de noche,
su negro sello servirá de broche
que cierra el alma;
vendrá de noche sin hacer ruido,
se apagará a lo lejos el ladrido,
vendrá la calma...
vendrá la noche...

Y ¿qué es eso...?
Y ¿qué es eso del Infierno?
me dirás.
Es el revés de lo eterno,
nada más.

Que yacer en el olvido
del Señor
es el infierno temido
del Amor.

MIGUEL DE UNAMUNO

Agranda la puerta...
Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.

Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad aquella
en que vivir es soñar.



A mi buitre
Este buitre voraz de ceño torvo
que me devora las entrañas fiero
y es mi único y constante compañero
labra mis penas con su pico corvo.

El día en que le toque el postrer sorbo
apurar de mi negra sangre, quiero
que me dejéis con él solo y señero
un momento, sin nadie como estorbo.

Pues quiero, triunfo haciendo mi agonía,
mientras él mi último despojo traga,
sorprender en sus ojos la sombría

mirada al ver la suerte que le amaga
sin esta presa en que satisfacía
el hambre atroz que nunca se le apaga.

El cuerpo canta

El cuerpo canta;
la sangre aúlla;
la tierra charla;
la mar murmura;
el cielo calla
y el hombre escucha.

Horas serenas
Horas serenas del ocaso breve,
cuando la mar se abraza con el cielo
y se despierta el inmortal anhelo
que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.

Copos perdidos de encendida nieve,
las estrellas se posan en el suelo
de la noche celeste, y su consuelo
nos dan piadosas con su brillo leve.

Como en concha sutil perla perdida,
lágrima de las olas gemebundas,
entre el cielo y la mar sobrecogida

el alma cuaja luces moribundas
y recoge en el lecho de su vida
el poso de sus penas más profundas.

Miguel de Unamuno


Nació en 1864 Bilbao(España) murió en 1936
¿Qué es tu vida, alma mía?
¿Qué es tu vida, alma mía?,
¿cuál tu pago?,
¡Lluvia en el lago!


¿Qué es tu vida, alma mía, tu costumbre?
¡Viento en la cumbre!


¿Cómo tu vida, mi alma, se renueva?,
¡Sombra en la cueva!,
¡Lluvia en el lago!,
¡Viento en la cumbre!,
¡Sombra en la cueva!

Lágrimas es la lluvia desde el cielo,
y es el viento sollozo sin partida,
pesar, la sombra sin ningún consuelo,
y lluvia y viento y sombra hacen la vida.

Carlos Rivas Larrauri

Cosas de la vida
No pirdas mano, el tiempo;
en balde es que mi digas
las penas que yo tengo
la copa mi las quita,
y, pase lo qui pase,
tendré qui ser ansina,
porqui al ponerme chuco
todito si mi olvida,
me viene guango el mundo
y a naiden pido frías...

Te lo agradezco mano...
bien sé qui harto m'estimas
y qui te duele muncho
que mi haiga gücíto ansina;
pero... es en balde, cuate...
¡Son cosas de la vida!

Es cierto lo que dices:
ya sé qu'es cobardía
qui un hombre por sus penas
se intriegue a la bebida,
pero es que t'equivocas
dialtiro site fías nomás de l'aparencia:

¡Yo soy un vil marica!,
¡un probe disgraciado
que no tiene ni pizca de macho,
ni de nada que güela a valentía!.

Si yo juera valiente,
¿tú crés qu'estaria viva
aquella disgraciada
qu'es causa de mi ruina...?

Ya luego aquello qu'hice,
¿no jile una cobardía...?
¿Por qué maté a aquel hombre
y no maté a la endina...?

Ella era la culpable;
porqu'él... güeno,
tenía también algo de culpa,
pero era muy poquita,
porqu'esa re... canalla
me debe hasta la risa,
y él, pos, honradamente,
crio ni mi conocía...
Pero es ansina el mundo,
¡son cosas de la vida!:
el más pior, tan tranquilo
y el más mejor, la vítima!

Y ora golviendo al cuento
de lo que te dicía,
verás por qué te dije
que soy un vil marica:
yo jui tan atascado
que ni me las olía,
ni supe que m'estaba
haciendo guey la endina,
hasta que en una tarde
di un desgraciado día,
me los jallé… "enfregante"
(crioque se dice ansina)
y, entonces, ¡afigúrate
nomás qué sintiría!
Me puse como loco;
corrí pa la cocina;
cogí di allí el cuchillo,
y, sin saber qui hacía,
con ganas de vengarme,
me jui sobre la endina
y... levanté la mano;
pero ella... -¡maldecida!-
me vio con unos ojos
que nunca se mi olvidan,
y yo... bajé la mano y...
-ai'stá mi cobardía-
me dio ritiharta lástima,
la vide muy bonita,
y no pude ya hacerle
lo qu'ella merecia...

Pero yo'staba loco
de celos y de muina,
y, pa calmar las ansias
horribles qui sintía,
necesitaba sangre
y... ¡el otro jue la vítima!

Dimpués, tú ya lo sabes;
pa qu'es que te lo diga:
cinco años en la Peni;
cuatro años en las Islas,
y, aluego, otros tres años
de darle a la bebida
queriendo olvidar cosas
qui nunca si mi olvidan...

¿Pa qué puedo ser güeno..
¿Pa qué queres qui sirva,
si sólo con la copa
las penas se me quitan...?
¿será el rimordimiento...?
¿Será qu'entodavía
mi acuerdo d'esa infame
que's causa de mi ruina...?
¡Quén sabe! Pero... mano,
en balde es que me digas...

Es cierto lo que dices:
es una cobardía

qui un hombre por sus penas
se tire a la bebida,
pero... con todo y todo,
ya más mejor no sigas...
¡Pa mí ya no hay remedio...!
¡Son cosas de la vida!

La probecita de Inacia
Cuando se vino del rancho,
todos créiban que si armaba;
naiden pensó qu'eso juera
la ruina de la chamaca.

Se vino porque la cosa
andaba dialtiro gacha;
eran munchos de familia
y, pa sostener la casa,
con lo que ganaba Lucas
ni modo que si ajustara.
Y como l'amo del rancho
necesitaba una gata,
pensó Lucas que era güeno
que juera a sirvir la Inacia,
su hija mayor, qui apenitas
en los quinci años andaba.

Sempre jue la consintida,
pos, dende muerta su mama
iba ya pa los cinco años,
ella jue la de la casa,
cuidando a sus hermanitos
y a Lucas, sin que s'echara
de menos a la dijunta
en las cosas de la casa.

Ella s'iba tempranito
a llevarle la canasta a Lucas,
pa que tuviera sus gordas
y su Tlamapa, sus chilitos,
sus frijoles y todo lo qui hace falta
al pión que, dende temprano,
s'está dando la gran talla
pa sacar, al fin de cuentas,
treinta centavos de raya.
Y, aluego ya que golvía
de darli a la tíacualiada,
l'entraba duro y cantiado
al quihacer que bía en la casa...

¡Era una cosa muy chula
ese dimoño d'Inacia!
Pero l'hambre andaba recio
y a Lucas no le quedaba
más rimedio que'l que juera
su hijita a sirvir de gata,
pa que ganara unos jierros
conque'l probe si ayudara.

Y ansina jue com'un dia
intriegó Lucas a Inacia
en casa del siñor amo
pa que sirviera de gata,
al cabo l'amo era güeno
y siguro iba a cuidarla...

Al prencipio recibia
a una carta por semana;
dimpués una cada mes,
y aluego ya ni una carta,
pero eso era lo de menos,
Lucas no se priocupaba,
porque, al fin y al cabo,
su hija se jallaba en güena casa.

En cercas de cinco meses
n'hubo noticias d'Inacia,
hasta qui un día se supo
qu'estaba dialtiro mala
y qu'era güeno que jueran
de su casa a vesitarla,
porque la cosa era grave
y no juera la disgracia...

Luego luego, el güen Lucas,
s'hizo de tantitas lanas
y corrió a ver a su hijita,
a su probecita Inacia;
pero... ¡ya la jalló muerta!
¡Acababan d'intierrarla!
Claro'stá qui averiguó
cuál jue di aquello la causa
y... ¡lo que supo jue horrible!
¡La muerte de su chamaca,
jue a causa di un bebedizo
que le dieron pa qu'echara
el fruto de su dishonra
que llevaba en las entrañas...!

Y dicen las malas lenguas
qui a veces no son tan malas,
qué de toditito aquello
que le sucidió a l'Inacia
tuvo la culpa don Pedro,
el amo di aquella casa
qui a Lucas le paricia
de munchisima confianza..

Dende entonces, el güen Lucas
no a güelto a jallar la calma
y a todos los que s'incuentra
les dice, bañado en lágrimas:

"¡Malhaigan los atascados
que sueltan a sus chamacas...!
¡Malhaigan los que no sernosni siquera pa cuidarlas!"

UN CANTO A LA VIDA


CARLOS RODRÍGUEZ PINTOS
URUGUAY


Contra mi pecho joven, tú estás desnuda, vida.
Afelpada en silencios o en ritmos encendida,
Caliente de esperanzas, plena, sensual y ruda,
En una lenta y honda caricia estremecida,
Apretada a mi carne, Vida, tú estás desnuda.

Sobre tus flacos amplios, fuertes y palpitantes
Borrachos en tus savias y en tus zumos retinto,
Divinamente ciegos, violentos e ignorantes
Como cachorros sueltos, retozan mis instintos.

Mi pupila ama el lujo de tus soles ardientes,
El regocijo blanco de tus huertos floridos,
Los oros extenuados de tus largos ponientes
Y el azul delirante de tus cielos tendidos.

En la brisa salvaje, bebo tu aliento puro,
Te recojo en el grito y en el canto divino
Y te sorbo en la sangre del racimo maduro,
En las bocas jugosas, en la miel y en el vino.

Bruñida de intemperies, de lluvias y nevadas,
Mi piel busca el mordisco de los vientos serranos,
El dulce escalofrío de las lunas heladas
Y los alcoholes rojos de tus agrios veranos.

Gente a mi asombro inquieto y a mi espera anhelante,
Tú despliegas tus pompas en suntuosos derroches;
Y yo te amo en toda tu desnudez cambiante
Castigada de auroras o pálidas noches.

Y yo te amo, Vida, en este cuerpo mío,
Ágil, sensual y fuerte, elástico y profundo,
Donde tiembla la vena de un fantástico río
Y se copian los ritmos dislocados del mundo.

Y te ofrezco mi joven audacia, mi ternura,
Mis cóleras espléndidas, y esta impaciente loca
Que me enciende en pavesas toda la entraña oscura
Y sube, rota en gritos, a sangrarme la boca.

Y te ofrezco mis calmas y mis ímpetus rojos,
Mi voluntad magnífica, mis violencias lozanas;
Y este limpio entusiasmo que encabrita mis ojos,
La alegría insolente de mis vísceras sanas.

Yo siento en los oscuros horizontes vedados
Fijos en mí, en la sombra, grandes ojos abiertos.
Los hombres de mi raza me contemplan callados
Y alzándome purísimo, yo les grito a mis muertos.

Abuelos solitarios, silenciosos abuelos,
Mercaderes, pastores, artistas, héroes, santos;
En mi barro dramático junto vuestros anhelos
En un haz doloroso… que me deshace en cantos.

Conmovido y vibrante como una antena viva
En mis nervios aguzo vuestros nervios dormidos,
En tanto va esparciendo mi vehemencia nativa
La exaltación triunfante de mis cinco sentidos.

Vagas sombras inquietas me empañan la mañana;
Grávida de agrios signos tiembla una alarma oscura,
En los clarines roncos de la muerte lejana,
Y me hiere el alerta… como una mordedura.

Apresúrate, Vida. Ya esperan impacientes
Las mil larvas oscuras y ciegas del fracaso.
Se acallará el tumulto de mis sienes ardientes
Y el mediodía rubio se extinguirá en ocaso.

Me sellarás los labios con encendidos lacres,
Me ligarás las manos con implacable venda;
Y has de seguir goteando todos tus jugos acres
Sobre la carne viva de mi angustia tremenda.

Olfateando en la noche, como un puma en acecho,
Mi destino irritado y arisco, te vigila.
Un latido profundo se me rompe en el pecho
Y en esa espera, se ahoga de sombra mi pupila.

Nunca el vaso suntuoso de una joven entraña
Te brindará su savia romántica y huraña
Con este recio impulso viril que me levanta.
¡Oh Vida, Vida, Vida!, fiesta maravillosa,
Nadie ha de amarte nunca con la avidez rabiosa
De este muchacho flaco y ardiente que te canta.