19 nov 2008

Los asustadores peninsulares.

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(Aunque... ¿por qué no mirarlo cara a cara?)
No asustaros de la Bruja, ni del Coco del lugar, ni asustaros del fantasma, que sólo quieren jugar.
(Gloria Fuertes, ¿Quién llegó?)
Como todas las cosas importantes del hombre, el miedo nace con él, pero también se conforma, se hace. Todas las culturas que conocemos tienen lo que podemos llamar asustachicos (y asustadores en general): personajes cuya sola función en la vida es ocupar resignadamente el interior de un armario, recorrer sudorosos las lindes de un monte a la hora de máximo calor o custodiar el interior de un pozo, aguardando con paciencia que un niño o un adulto cometan al fin una travesura que les permita entrar en acción y mostrar sus variados talentos.
No demasiado distintos de los amigos invisibles, los asustaniños se entienden muy bien con los niños a los que asustan, y a menudo se les parecen (algunos asustaniños fueron, de hecho, una vez niños, y a su manera lo siguen siendo). Aunque oficialmente dan mucho miedo, a muchos niños les gustan los asustaniños, y más de uno se ha dormido dulcemente mientras su madre le cantaba nanas de este jaez: Duérmete niño, duérmete ya / que viene el cuco y te comerá.
Este aspecto amable o entrañable de los monstruos, que tiene gran importancia en la sensibilidad de nuestra época, no debe sin embargo hacernos olvidar que son, fundamentalmente, formas de imaginar o procesar un gran peligro: muchas de estas leyendas, lejos de ser curiosidades eruditas, están vivas y pueden afectar a cualquiera: así, en Perú, con el linchamiento, realizado o en grado de conato, de Pishtacos y Sacaojos.
A diferencia de otros monstruos, que viven en fotogramas o en libros, los asustadores viven en la memoria, ese inmenso palacio abandonado en el que siempre estamos de paso. El folklore, la tradición oral de América, es un rico tesoro abierto como una hermosa herida, en la que se confunden y revuelven monedas de muchos cofres:
La vieja mitología indígena, las nieblas más altas y espesas que, refugiadas en la cumbre o en la selva, ni el cristianismo, ni la escritura, ni la mismísima televisión han logrado erradicar por completo, y en las que siguen divisándose formas, patrones secretos incas, mayas o aztecas;
Las leyendas de origen europeo que, llegadas en los barcos de españoles y portugueses, florecieron en un suelo fértil a tales semillas, dejando pálidas las versiones continentales;
El elemento negro: todo cuanto, por ser inmaterial, no pudieron los traficantes de esclavos quitar a sus víctimas: dioses, demonios, duendes venidos del África negra, y que pronto trataron de tú a las nuevas selvas;
La cultura criolla, síntesis de elementos hispánicos e indígenas que constituye y construye un imaginario propio.
Todas las leyendas contemporáneas o urbanas que expresan con elocuencia las incertidumbres y escalofríos de una vida tal vez moderna, pero, al menos para muchos, en nada menos dura que cualquiera precedente.
A estos asustadores hay que unir aquellos que, uniendo a su condición la de asustadizos, permanecieron en la Península Ibérica, sin llegar a cruzar el océano.
A diferencia de otros tesoros, el que nos ofrece el folklore está tanto dentro como fuera de nosotros: explorándolo, nos exploramos, como personas, como participantes de una memoria colectiva, y acaso como especie. Entendiéndolo, entramos también el corazón del realismo mágico: autores como Gabriel García Márquez, Federico García Lorca (*), Fernando Villalón, Miguel Ángel Asturias, Mario Vargas Llosa, Tomás Carrasquilla, Pío Baroja, Rafael Dieste, Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y Rosario Castellanos han bebido, como veremos, de estas fuentes, y han mezclado sabiamente su caudal en su propia saliva. Otros, como Miguel de Unamuno, se han convertido ellos mismos en ocasional asustachicos, testimoniando así los problemas imprevistos de la fama que ya ejemplificara el poeta, nigromante y psicopompo Virgilio.
Éste es un proyecto común, hecho por amor a la imaginación: y en modo alguno cerrado. Si puedes aportarnos sugerencias, darnos a conocer nuevos personajes o compartir cualquier estudio interesante, ponte en contacto con el coordinador de la página (Alejandro González) en la dirección agonza59@encina.pntic.mec.es.
Una última advertencia: los asustachicos son así. Ahora que los has encontrado, quién sabe si eran ellos los que, a través de la red, llevaban ya su tiempo buscándote

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