25 oct 2008

Trinos





Hubo un día un pájaro de pequeñas alas que no le permitían hacer grandes desplazamientos. Tenía su nido en un árbol en el medio del bosque. Era un pájaro solitario que no quería la compañía de ninguna otra ave, ni de su especie ni de otras.



Amaba la soledad, su mayor placer era posarse en las copas de los árboles más altos y dejar que el aire recorriera sus plumas, acariciándolo, y desde allí contemplando la majestuosidad del bosque trinaba sus mas bellos cantos.



Tenía tan lindo trinar que pareciera poesía a todo el que lo oyera, y muchos esperaban cada día su trinar ansiando poder escuchar el siguiente. Y el pajarito no les defraudaba y seguía trinando un día tras otro desde la copas de los árboles, y desde allí miraba al sol y le parecía que brillaba con más fuerza con sus trinos, así que trinaba cada vez más fuerte y cada vez eran más lindos los trinos que salían de su pico. Tal era así, que hasta el bosque murmuraba tras sus trinos y todos comentaban las bellas melodías que entonaba dicho pajarito.



Cada noche el pajarito retornaba a su nido y allí tumbado, sólo, sin que nadie le oyera, lloraba. Lloraba por un pasado perdido, por los sueños rotos de su infancia, y por la familia que siempre había querido tener pero la vida le había negado, en definitiva, lloraba por tener el amor que siempre quiso y nunca nadie le había sabido dar, pero se negaba a creer que nunca llegaría.



Y así trinando por el día y llorando por la noche pasaron los años, mientras el pajarito seguía esperando un milagro, algo por lo que tener ilusión, algo que le hiciera dejar de llorar.



Un día, el pajarito, reunió todas sus fuerzas y voló lejos del bosque pensando que en otro sitio las penas que le amargaban cada noche quedarían atrás, y el olvido llegaría para su corazón cansado de llorar. Y se fue a la ciudad, y descubrió que todo era distinto. No había tantos árboles y los pocos que había eran demasiado pequeños como para poder ver el sol desde sus copas pues los edificios tapaban toda visión que pudiera tener desde allí. Y se dio cuenta que había cometido un error, que nunca debió de abandonar el bosque.

Durante un tiempo intentó subirse a los edificios y desde allí seguir trinando sus bellos cantos pero nadie le oía allí, todos saben que la ciudad es egoísta y nadie se preocupa de los males del conciudadano. Allí el pajarito pasaba inadvertido porque a nadie le importaba lo que hiciera, ni a él le importaba la vida de la ciudad. Se volvió egoísta, y dejó de creer en los demás, se convirtió sin darse cuenta en un ciudadano más.


El sol ya no brillaba como antaño y el pajarito fue dejando de cantar de día y comenzó a cantar cuando la luna traidora salía a iluminar con sus rayos las miserias de la ciudad. Y, poco a poco, fue cambiando sus bellas melodías por tristes cantos.



Pero en el bosque seguían añorando su trinar y, a veces, en las noches en que el vacío de sonido lo permitía le oían cantar tan tristes melodías. Todos seguían loando sus cantos que si bien tristes seguían pareciéndoles bellos.



Todos menos el árbol que le cobijaba cada noche, aquel que oía sus llantos, que le dormía acunándole con sus ramas. Este árbol estaba triste, porque sólo él sabía que el pajarito lo estaba.



Cada día el árbol iba dejando que una de sus hojas fuera llevada por el viento con un mensaje para el pajarito pidiéndole que regresara, y dándole ánimos para que volviera a cantar tan bellos cantos como otrora lo hiciera en el bosque. Y así, en cada hoja, iba una lágrima y un beso del árbol para el pajarito.


Pero el viento es envidioso, y envidiaba que todos escucharan la melodía del pajarito y nadie se preocupase en escuchar las palabras que el pronunciaba a su paso. Porque, el viento, también en su silbido escondía bellos poemas que pasaban desapercibidos para todos.


Y el viento arrastraba con furia las hojas que el árbol iba dejando caer alejándolas del pajarito todo lo que podía. Y así, poco a poco, el árbol se fue quedando desnudo de hojas y cada vez más sumido en su tristeza, se fue secando.




Pero dicen que el destino es cruel a veces y otras en cambio es aliado, y una de las hojas que el árbol iba dejando caer en su penar fue recogida por un niño de la ciudad que estaba preparando un estudio sobre el otoño para el colegio.




Y la llevó a su casa, y la puso a secar en la ventana. Y aquí es donde entra el destino, pues en esa ventana se posaba cada día el pajarito para entonar sus tristes trinos.Y así fue esa noche en la que el pajarito se posó en la ventana de siempre y vio la hoja secando y la reconoció.




La hoja le entregó la lágrima y el beso que había sido posado como tantos otros en cada una de las hojas que el árbol llorara. Le contó al pajarito que el árbol había perdido su esplendor y que es lo que hacía cada noche con sus hojas para intentar que regresara.




Y de los ojos del pajarito se escapó una lágrima y se maldecía por haber tenido durante tanto tiempo tan cerca lo que tanto quería y no haberlo sabido ver. Y decidió regresar, pero ya no tenía tanta fuerza como antaño y, además, el viento le impedía regresar soplando con furia empeñado en alejarlo, claramente movido por la envidia.




Pero no hay nada que detenga a un amor puro. Extenuado, casi sin fuerzas, consiguió regresar y posarse en el nido donde tantas veces había llorado. El árbol, tan triste y fatigado como él, se alegró de verle y cubrió con su última hoja el cuerpo del pajarito para protegerle, y así los dos cansados, pero alegres, se fueron dejando caer en un sueño del que nunca despertarían.



Ambos murieron esa noche. Fueron absorbidos por la tierra y el olvido.



Un tiempo después, allí mismo, en el lugar que ocupara el árbol, salió una nueva rama y de ella nuevas hojas y no pocos son los que dicen que esa rama es el fruto del amor del pajarito y el árbol, e incluso, los más osados, dicen que cada noche el espíritu del pajarito se va a posar en la rama para cantar los trinos más bellos que nunca se escucharon.

Yo no sé lo que hay de cierto en esta historia, pero sé que cada noche, en el bosque, se oye el bello trinar de un pajarito y que al día siguiente una nueva hoja florece en dicha rama.


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MORALEJA: No dejes que los recuerdos te nublen el presente porque el futuro se acerca a pasos agigantados y quizás cuando despejes las nubes de los recuerdos sea demasiado tarde. A pesar de la envidia y las zancadillas de otros deja siempre abierto un hueco a la esperanza.









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